El salón
La
chimenea desbordaba humo, el ambiente se tornaba espeso y pardo. Los
bastos muros sujetaban braseros de cobre, pimientos secos y fotos de
personas muertas. A través de la ventana, entraba una tenue luz
crepuscular que hacía brillar el polvo sobre los muebles, las
sábanas que cubrían el sofá ya se volvían amarillas. Lo único
que pasaba por allí eran los años y el ruido, ese ruido que hacen
las casas cuando están solas, y sigue lloviendo, y fallan las
fuerzas y ceden las vigas.
...
El dormitorio
También en el pijama estaba el luto. La recuerdo sola y cansada, con
un pañuelo de tela en la manga, temblando y hablando siempre de
desconocidos. Una noche, al abrir la puerta, la vela en sus manos
rasgó la oscuridad, el aire olía a jamila. No lo era.
Despertad. La casa está en llamas. En los brazos de mi
hermano, con los ojos envueltos en miedo y humo, vi las sábanas de
flores -donde antes que yo había dormido mi madre-, las paredes
blancas, la ventana que daba al patio y a la parra, y el esperpéntico
payaso del retrato que miraba y se reía. Aquella noche, mientras
todo lo demás estaba en calma, cuando los adultos jugaban con
cerillas, a unos niños les tocó lidiar con sus cenizas.
...
Cocina. "Vitis vinifera"
A finales de septiembre, los días calurosos se entremezclaban con
las noches otoñales, el viento era un retazo de uvas y naranjas, y
al abrir la puerta que daba al patio, se desbordaban los sentidos de
sabores y fracturas. Cuando se quedó ciega, la tiraron al río
dentro de un saco, viva, en la parte alta, donde el cauce es menos
agresivo. Las gallinas correteaban sin cabeza como niños excitados,
y los niños excitados intentaban darles caza. El calibre de los
plomos bastaba para el cuello de los pájaros, sin embargo, a los
gatos sólo les hacía maullar de rabia. Se cocinaba con ajo y
cebolla, patatas hervidas, vino dulce y aceite de ricino. Ahora la
parra, anterior al blanco y negro de las fotos, al barro y paja de
los muros, levanta ampollas a la casa, encala los cadáveres del
sueño, decora los años con guirnaldas. Su naturaleza tortuosa y
retorcida, su temperamento sosegado y triste, anega los tejados y
paredes, entra por las ventanas y las puertas, llena todo de sombras
y humedades. Disfruta desgarrando las entrañas, separando el hueso
de la carne, doblegando los cimientos a su ira. Quedando un paisaje
aparatosamente bello y triste, donde algunos niños juegan, sin saber
de qué sangre abrevan los ramajes, qué historias esconden las
heridas.
...
Entre las ruinas
Si se pierde la memoria
quedan platos, corazones
y escopetas.
Hace años que mi sangre
ya no entiende de retornos,
que el hambre del olvido
nunca cesa.
Entierro con la pólvora del aire
el plomo en la carne del soldado.
Las baratijas nunca vuelven al pasado.
Recordar es una estafa y una guerra.