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"Pensamos demasiado y sentimos muy poco"

miércoles, 24 de abril de 2013

Calle Murillo. Número 5

El salón



La chimenea desbordaba humo, el ambiente se tornaba espeso y pardo. Los bastos muros sujetaban braseros de cobre, pimientos secos y fotos de personas muertas. A través de la ventana, entraba una tenue luz crepuscular que hacía brillar el polvo sobre los muebles, las sábanas que cubrían el sofá ya se volvían amarillas. Lo único que pasaba por allí eran los años y el ruido, ese ruido que hacen las casas cuando están solas, y sigue lloviendo, y fallan las fuerzas y ceden las vigas.



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El dormitorio


También en el pijama estaba el luto. La recuerdo sola y cansada, con un pañuelo de tela en la manga, temblando y hablando siempre de desconocidos. Una noche, al abrir la puerta, la vela en sus manos rasgó la oscuridad, el aire olía a jamila. No lo era. Despertad. La casa está en llamas. En los brazos de mi hermano, con los ojos envueltos en miedo y humo, vi las sábanas de flores -donde antes que yo había dormido mi madre-, las paredes blancas, la ventana que daba al patio y a la parra, y el esperpéntico payaso del retrato que miraba y se reía. Aquella noche, mientras todo lo demás estaba en calma, cuando los adultos jugaban con cerillas, a unos niños les tocó lidiar con sus cenizas.





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Cocina. "Vitis vinifera"


A finales de septiembre, los días calurosos se entremezclaban con las noches otoñales, el viento era un retazo de uvas y naranjas, y al abrir la puerta que daba al patio, se desbordaban los sentidos de sabores y fracturas. Cuando se quedó ciega, la tiraron al río dentro de un saco, viva, en la parte alta, donde el cauce es menos agresivo. Las gallinas correteaban sin cabeza como niños excitados, y los niños excitados intentaban darles caza. El calibre de los plomos bastaba para el cuello de los pájaros, sin embargo, a los gatos sólo les hacía maullar de rabia. Se cocinaba con ajo y cebolla, patatas hervidas, vino dulce y aceite de ricino. Ahora la parra, anterior al blanco y negro de las fotos, al barro y paja de los muros, levanta ampollas a la casa, encala los cadáveres del sueño, decora los años con guirnaldas. Su naturaleza tortuosa y retorcida, su temperamento sosegado y triste, anega los tejados y paredes, entra por las ventanas y las puertas, llena todo de sombras y humedades. Disfruta desgarrando las entrañas, separando el hueso de la carne, doblegando los cimientos a su ira. Quedando un paisaje aparatosamente bello y triste, donde algunos niños juegan, sin saber de qué sangre abrevan los ramajes, qué historias esconden las heridas.




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Entre las ruinas


Si se pierde la memoria
quedan platos, corazones
y escopetas.

Hace años que mi sangre
ya no entiende de retornos,
que el hambre del olvido
nunca cesa.

Entierro con la pólvora del aire
el plomo en la carne del soldado.

Las baratijas nunca vuelven al pasado.
Recordar es una estafa y una guerra.



















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